jueves, 17 de enero de 2013

Rosario.


Rosario,
entiende la suavidad del hombre,
no creas en las voces
ni en los suplicios de los los cubos,
entérate de sus miedos y formas,
de sus ecos y sombras,
no enfades tu mano tibia y serena...
Es el desprecio de las cosas,
la desigualdad
entre el color y las manchas,
la entereza del débil
y la comodidad del poderoso,
son sus voces,
los secretos,
las caídas,
endemoniados fetos
y amalgamas de lo incierto.
Entonces,
cuando comprendas
el silencioso rumor del pecho abierto,
hablarás de otras cosas,
encenderás las luces y los misterios,
la paz nunca tuvo dueño,
ni pudo tenerlo,
las muertes siempre rondan
en los techos acartonados
y en los ojos cristalinos.
Temerás de la vertiginosa marea de sueños,
de la insoportable carga,
de las frustraciones de los vivos
y la decadencia de los muertos,
los muertos,
los mil veces muertos,
los que aún viven muertos.
Entiende Rosario,
estoy enloquecido,
estoy de prisa a que comprendas
y dejes de llamarme lisiado,
que no vean tus ojos
estas piernas transparentes,
estos brazos torcidos de miseria,
que a través de mi cuerpo
mires los espejos,
soy tú,
Rosario,
soy tu cuerpo,
soy tu marca de enfermo nacimiento,
soy,
Rosario,
un dibujo,
un boceto del deseo
que tuviste de parir hijos,
pero los hijos tuyos,
los que no vinieron,
esperarán otro útero más pleno,
al que nada le falte,
un útero en que haya pan,
vino y cerezas.
Rosario,
has tenido tiempo de encontrarme,
entre tantos cadáveres
y formas que trae la marea,
este soy yo,
como lo son todos,
imposibilitado de las piernas
y de las manos
pero la boca,
Rosario,
la boca no me la calla nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario